domingo, 9 de septiembre de 2012

Aquel viejo y desilachado álbum


Los fines de semana suelen ser para mí, los dos únicos días que tengo a la semana para hacer lo que libremente me apetezca. Aunque durante el curso suelen convertirse en tiempo para poner al día mis mil trabajos atrasados.
Por suerte, aun no tengo trabajos atrasados. Y este fin de semana ha sido de los que a mí me gustan.
Salir con amigas a tomar un yogurt con sirope y cereales. Sentarnos en alguna plaza bonita, mientras nos ponemos al día. Esos momentos de risas y cotilleos son lo mejor para recargar mis pilas emocionales que últimamente se ven un poco bajo mínimos.
Ir a ver a los chicos jugar un partido de fútbol, salir con ellos a cenar un kebab.
Rodeada de chicos es imposible aburrirse. En concreto con mis chicos. Los conozco desde que era una niña y a lo tonto hemos pasado una vida juntos. Me encante escuchar sus batallitas, la forma en que hablan entre ellos. Tan diferente a como lo hago con mis amigas. Me encanta que me pregunten mi opinión femenina, como única chica del grupo. Que luego me lleven a casa en coche, como a una reina. Quien necesita novio teniéndolos a ellos. :)

Aunque no es del todo sincera esa última aclaración. El sábado a las 6.00 pm, fui a ver casar a la hermana de una amiga. La ceremonia fue, demasiado rápida para mi gusto. Pero la novia estaba radiante de felicidad. Eso no se podía negar. Y cuando vas a una boda, quieras que no, acabas imaginándote como te gustaría que fuera el día de tu boda…
Cuando el cura que oficiaba la ceremonia los llamó para que subieran para casarlos, yo pensaba, ¡ya no hay vuelta atrás! Supongo que será porque no estoy enamorada todavía. Pero tengo muy claro que si me caso quiero que sea para siempre. Por eso, el hecho de subir esas escaleras se me hacia tan impactante. Aunque hoy en día creo que se ha perdido bastante esa idea del compromiso. La gente se une y se separa a la primera que ven que lo que quieren, se aleja un poquito de lo que quiere la otra persona. No quiero entrar en juicios. Ni soy quién para decirle a nadie que es lo correcto. Pero desde luego, desde mi punto de vista. Unirte a alguien de todo corazón, para siempre, ser capaz de darte a él aunque a veces no salga de ti, ponerlo primero. Ese tipo de amor incondicional, es lo más bonito con lo que a alguien se puede encontrar. Un tipo de amor que estoy segura que si alguien encuentra no dejara escapar.
Sentada en el banco de la iglesia repasaba en mi mente el álbum de novios de mis padres. No es el típico álbum de elegantes tapas, y fotos enormes, perfectamente retocadas. No.
Es un viejo y deshilachado álbum lleno con fotos hechas por una cámara de carrete. La mayoría están borrosas o movidas, pero a mí siempre me ha encantado. Pero tengo que contar una pequeña historia para que lo entendáis…
Mi padre es cuatro años mayor que mi madre. La conocía desde niña porque mi madre era la mejor amiga de su única hermana.
Mi madre a los 20 años era una locuela que le gustaban las fiestas. Venia de una familia con dinero y desde los 18 había decidido dejase los estudios y ponerse a trabajar con su tío  para tener su dinero y independizarse un poco.
Mi padre por su parte acabo sus estudios y se puso a trabajar en un hospital. A sus 24 años tenía un trabajo fijo y no había salido con ninguna chica en toda su vida.
Nunca me han dado demasiados detalles. El caso es que un día mi padre acerco a su casa a mi madre. Era la primera vez que estaban solos y allí se le declaró. Sé que empezaron a salir a los pocos días y se cual es la esquina donde se dieron su primer beso.
Lo que no he dicho es que dos meses después mi padre tenía la obligación de marcharse a Melilla, para hacer el servicio militar. Un año separados. Se escribían casi diariamente. Mi madre todavía conserva el montón de cartas en un rincón del armario. No sabe por supuesto que yo lo sé. Supongo que tendré que esperar mucho tiempo para saber que dicen.
Se vieron dos veces en aquel año. Y cuando mi padre volvió pusieron fecha de boda. A sus respectivas familias no les hacía ninguna gracia. Pero ellos se casaron igual. Mi madre ni siquiera tuvo vestido. Llevo el que le dejó una amiga. Cada invitado debía pagarse su cubierto y por supuesto no tenían lista de regalos. Empezaron viviendo en una casa, muy cerca de donde vivimos ahora, sin muebles y con un colchón en el suelo.
Pero ellos lo recuerdan como uno de los mejores días de su vida y no lo cambiarían. Y eso es lo que veo yo en ese viejo álbum, en las sonrisas que se ven en las borrosas fotos. Porque a pesar de la pésima calidad, se ve clarísimamente lo más importante…. Lo mucho que se querían.
Nos vemos pronto
nonnoe

No hay comentarios:

Publicar un comentario