martes, 29 de enero de 2013

Reflexión sobre un collage


Écfrasis para pintura y escritura:

“Entre rosas y miseria”


En la composición, el peso está claramente desplazado hacia la izquierda. Hay dos columnas. La segunda dividida en tres franjas. Arriba, la cabeza, con una chillona peluca y un extravagante tocado. Sus ojos grises miran directamente al espectador, gélidos e inexpresivos. El resto del rostro está tapado por recortes de prensa, colocado de forma que las letras queden verticales. En el último tercio unas manos viejas y arrugadas, alzadas hacia arriba, recogen limpiamente los trozos de periódico.
La primera columna es más sencilla, menos recargada y nítida. Una cascada de chorretones irregulares de tinta rosa recorren la hoja de arriba abajo. Coronada por una Gran “A” en mayúsculas.
El fondo es una hoja de libreta pautada, con margen también de un rojo rosado. La hoja está rota por el borde de la izquierda y amarillento por el tiempo.
El blanco, el negro y el rosa son los únicos tonos que aparecen.

Empatía, libertad, tolerancia, consideración, ética, moralidad, justicia. Todos creemos poseer más de una de estas virtudes. Nos gusta creer que somos fieles a nuestros principios y vivimos acordes a nuestros ideales.
Sin embargo, cuántas veces hemos sido testigos de alguna injusticia y por miedo a “mancharnos” hemos permanecido mudos. Cuantas veces las leemos en los periódicos o vemos en el telediario. Cuantas, inconscientemente, nos hemos sentido culpables por un segundo de tener lo que tenemos y no hacer nada. Automáticamente después, para sentirnos mejor nos justificamos… No es nuestra culpa, no está en nuestras manos. Políticos y grandes fortunas. Esos son los que deberían solucionarlo. Así que cierras el periódico o cambias de canal y sigues cenando.
Les damos la espalda, les decimos adiós. Despedida fugaz y poco emotiva. No somos conscientes. Si estrujásemos ese adiós quizás nos sorprendería. Si exprimiésemos la verdadera razón del porque lo decimos es muy posible que nos avergonzásemos de nosotros mismos.
Todos tenemos parte de culpa, todos en cierta forma tenemos las manos manchadas… Quizás las manos no, porque cierto es, que poco podríamos hacer con nuestras manos. Pero si con nuestras bocas, con la fuerza de nuestra voz, con la presión de nuestros gritos. Denunciando lo que todos vemos. Lo que solo los pobres recogen, mientras los gritos sigan siendo silenciosos. Porque tarde o temprano nos salpicara a nosotros, y serán otros los que miren y no hablen.
Cualquiera debería tener el derecho de escribir su propia historia. De empezarla en una página nueva. Sin agujeros ni manchas. Todos lo sabemos y sin embargo, las guerras, las hambrunas y las desigualdades siguen existiendo.
Tenemos la burguesía arraigada en nuestros corazones, tan firmemente, que estamos convencidos de no poder hacer nada, tan engañados que los despedimos sin cargo de conciencia. El dinero, la comodidad, las modas, el creer estar por encima, nos ciega y amordaza. Nos hace mirar al frente, apartar la mirada, para no ver todo lo que hay bajo nuestra comodidad. Todo por lo que deberíamos gritar.


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